08 Jul Gestión de la energía, Dieta e Inteligencia
Mutaciones y redistribución de energía
En la última entrada del blog, hablamos de cuál fue la mutación que hizo crecer el cerebro del sapiens hasta convertirnos en “seres racionales”. El córtex cerebral del humano sapiens determinó su forma de ser, su percepción de necesidades y sus estrategias para satisfacerlas. Nuestro cerebro nos configuró como seres vivos particulares. Sin duda, es el mayor desarrollo biológico que hemos experimentado como especie. Pero nada es gratis en evolución, y hoy veremos cuáles fueron las condiciones y consecuencias de dicho crecimiento cerebral.
Anteriormente vimos la teoría del cerebro egoísta, y las implicaciones de que la energía no se distribuya de manera uniforme por el cuerpo. El cerebro es uno de los órganos que más energía consume, pero además, es quien controla los flujos de energía, Y decide cómo y cuándo se utilizan los recursos. Por norma, decide satisfacer primero sus necesidades, y luego envía lo que sobra al resto de órganos.
Cuando al sapiens le creció la frente, se vio con un córtex superdesarrollado, que cada vez pedía más energía para funcionar (adenosín trifosfato). Para contentar el apetito de nuestro cerebro, otras estructuras tenían que acostumbrarse a recibir menos, por cuestiones puramente económicas. Y en este proceso adaptativo, la dieta tuvo un papel fundamental.
De la pluviselva a la sabana
El mono que antes había vivido rodeado de árboles, se fue adaptando a un ambiente cada vez menos verde. ¿Y qué se podía encontrar para comer en ese nuevo hábitat? No pienses en una sabana al estilo de El Rey León. Es cierto que el ecosistema se fue volviendo cada vez más árido, pero el desarrollo del homo sapiens siempre estuvo vinculado a la presencia de agua.
De comer muchas hojas y semillas, empezamos a comer cada vez menos hojas, pues cada vez había menos árboles; aumentamos la cantidad de otras cosas que ya comíamos: raíces y bulbos, por ejemplo, pero también gusanos e insectos; y fuimos introduciendo nuevas fuentes de energía. En este periodo de transición, tuvimos que comer carroña para sobrevivir.
La nouvelle cuisine del Paleolítico
Quizá te cueste aceptar esta idea, pero si no hubiésemos comido carroña, posiblemente no estarías leyendo esto. Ten en cuenta que la caza de mamíferos grandes no se corresponde con esta etapa de formación del homo sapiens, sino que es bastante posterior. Cuando aún no realizábamos grandes cacerías, comíamos lo que dejaban los depredadores; y lo que dejaban era los huesos y poco más. Esto quiere decir que hemos comido mucho tuétano, además de pescados e insectos (también “insectos de mar” como camarones, etc.). Estos alimentos proporcionaron al hombre mucha proteína y grasa de calidad (Omega 3).
La nueva dieta obligada del sapiens tuvo una consecuencia para nuestra eficiencia energética. Porque, ¿cuántas hojas hay que comer para obtener la misma cantidad de kilocalorias que se encuentra en el tuétano de un cadáver animal? Muchísimas. Por esta razón, Los herbívoros poseen tubos digestivos larguísimos, para triturar y extraer toda la energía posible de la cantidad de hojas y pasto que consumen.
¿Quién lo tiene más largo?
Nuestro pariente el gorila tiene la panza hinchada, y la causa es que alberga un tubo digestivo considerablemente largo. Esto es así porque su dieta es 100% herbívora: hojas, hierba, ramas, frutos, bayas y brotes. Un bonobo, sin embargo, no tiene la panza tan abultada, pues su tubo digestivo es más corto. Es cierto que el bonobo come sobre todo frutos, hojas, flores, corteza y semillas. Pero también come miel, huevos, insectos e incluso pequeños mamíferos y reptiles. Es decir, que su tubo digestivo se ha ido adaptando a una dieta más omnívora que herbívora.
Al igual que el bonobo, el sapiens, con su nueva dieta rica en grasa y proteína, cuenta con un tubo digestivo más corto. Este acortamiento del sistema digestivo fue lo que permitió el desarrollo cerebral del sapiens: empezamos a comer alimentos más fáciles de digerir, con lo cual invertimos menos tiempo y energía en la digestión, y con esto el tubo de la digestión se acortó, sobrando energía para que el cerebro se desarrollase. Es un buen ejemplo de lo que se llamaría una eficiente gestión energética.
La comida como diseñador anatómico
La lectura de todo este razonamiento es que nuestra evolución ha diseñado nuestro organismo para comer aquello que permitió y potenció nuestro desarrollo como homínidos especiales. Contamos con un hígado y un corazón que no han cambiado prácticamente en 4 millones de años; sin embargo, nuestro tubo digestivo y nuestro cerebro cambiaron hace menos tiempo. El primero se adaptó cuando el ambiente modificó los recursos, y terminó acortándose. El segundo creció gracias a una hipertrofia ósea. Como consecuencia, el gasto energético se balanceó del tubo digestivo hacia el cerebro.
¿Cuáles son las implicaciones de estos cambios anatómicos?
En primer lugar, tu estómago no está diseñado para comer hojas. Con esto no quiero decir que no puedas comer hojas y semillas, porque no vas a morirte. Pero a nivel biológico, no son los alimentos que te han traído hasta aquí. Es preciso comprender que la dieta que permitió que seas un ser racional por naturaleza, es la dieta origen.
Cuando abusas del consumo de semillas (cereales, frutos secos…), estás forzando tu máquina digestiva a trabajar en condiciones no óptimas. Es como ir por una autovía en tercera: el coche anda, pero su diseño no se pensó para ese uso.
Economía energética
Además, cada vez que tu tubo digestivo trabaja de más, requiere de una energía extra, y para obtenerla, la debe “robar” de otra parte de tu organismo.
En esta cosa del sobrevivir primero y del vivir bien después, la cuestión del gasto y el reparto energético no es menor. Por ejemplo, órganos como hígado y riñones consumen un 20% del gasto energético. Otros órganos, como los huesos, apenas consumen energía (2%), y lo mismo le pasa al sistema inmune en reposo, que consume en torno al 3%. Otro escenario tenemos cuando el sistema inmune se activa: en esos casos nuestro sistema de defensa se coloca en lugar prioritario de consumo, incluso superando al cerebro.
De forma similar, se puede decir que nuestro estómago trabaja más o menos en función de lo que comes. ¿Te entra sueño después de comer? ¿Tanto sueño que literalmente te duermes? Quizá esa modorra fulminante nos parece normal, pero que esa reacción sea habitual en nuestra sociedad moderna, no significa que sea normal.
Lo normal (y biológico) es que aumente el gasto energético con la digestión, y nos apetezca bajar nuestra actividad (no sales a correr después de comer, porque no es biológico), pero esos síndromes de anestesia de elefante que sufrimos durante algunas sobremesas denotan que no has comido de acuerdo con tus necesidades.
Dieta e involución
El aparato gastrointestinal, cuando comes aquello para lo que se ha adaptó hace 200.000 años, consume en torno al 11% de la energía disponible. Sin embargo, la dieta moderna hace subir el consumo energético de estómago e intestinos hasta el 20%.
Cuando necesitas energía para otras cosas no fundamentales, aquellos aspectos de ti que sí son esenciales se resienten. ¿Qué crees que pasa con el cerebro cuando tu energía está en otro lugar? Cansancio, falta de concentración, etc.
Esta realidad empieza a ser tan grave, que ya hay quien está sufriendo un alargamiento del tubo digestivo como consecuencia de la vida moderna. Lo llaman dolicolon, y las causas oficiales son “hereditarias”, aunque en realidad no se conoce bien su origen.
Si la dieta del ser humano durante los últimos 70 años está basada en alimentos no origen, no nos extrañaría que, de la misma manera que el tubo digestivo está volviendo a alargarse 200.000 años más tarde, nuestro cerebro involucionara al mismo ritmo. Un experimento con ratas demostró que aquellos animales alimentados con fructosa se volvían menos inteligentes que otros alimentados con DHA (ácido docosahexanoico, Omega 3). De la misma manera que influye en tu estado anímico, lo que comes podría influir también en tu inteligencia.
Así que por favor, dale de comer a tu cuerpo, nutre tu cerebro. Si quieres saber más sobre comida origen, aquí te dejo toda la info.
¡Te espero en la siguiente entrada!
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Fuentes:
Yolanda Santiuste Blázquez. Reset, encuentra tu salud. Línea Alba.
Wolf, Robb. La solución paleolítica. Victory Belt Publishing Las Vegas.
Jason Fung. El Código de la Obesidad. Editorial Sirio; N.º 1 edición (28 marzo 2017)
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Juan S-C Suárez
Posted at 08:40h, 20 julioGracias por la divulgación Ana, un artículo muy completo y muy esclarecedor… me pregunto si en el adormecimiento después de las comidas influye también el hábito que tenemos de acompañarlas con alcohol!
Besos
K
PNI - Avocados
Posted at 15:31h, 20 julioHola! El alcohol, en exceso, irrita de más la mucosa gástrica, y provoca reflujo; además, reduce la motilidad del tubo digestivo, es decir, el movimiento propio del intestino para llevar a cabo su trabajo de digestión. Y ya sabemos que dificultar la digestión es ponerle obstáculos a los órganos que tienen que digerir la comida, con el gasto de energía que conlleva!
Un saludo
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