Chimpancés o Bonobos

Chimpancés o Bonobos

¿A quiénes nos parecemos más?

Hace algunas semanas leí un interesante artículo de Eduardo Costas, catedrático de Genética de la UCM, en el cual relacionaba inteligentemente el capitalismo, como expresión socioeconómica basada en el crecimiento continuo, con la genética del homo sapiens.

Según el académico, nuestra condición genética de cazadores-recolectores, que no ha cambiado en los últimos 250.000 años, se desarrolló en una época – El Pleistoceno – caracterizada por condiciones de vida muy duras, de manera que solamente los mejores adaptados a circunstancias extremas fueron capaces de dejar descendientes.

Conseguir comida era un proceso largo y usualmente infructuoso, y el alimento obtenido hoy nunca aseguraba volver a encontrar sustento mañana. En este contexto, según el autor, aquellos caracteres más ambiciosos, preocupados por conseguir siempre más, serían favorecidos por la selección natural.

Miedo a perder

Por este mismo motivo (las carencias durante el Pleistoceno) nuestra biología está configurada para no perder aquello que ya tenemos, como señala Daniel Kahneman. En este sentido, los cazadores-recolectores, nómadas redomados, que cargaban con sus pocas posesiones (pieles para abrigarse y escasas herramientas), estarían realmente preocupados por no perder ningún elemento de su ligero equipaje, pues de sus elementales pertenencias dependía su vida.

No puedo dejar de estar de acuerdo con el profesor Costas, pues no hay duda de que nuestros genes son los mismos que los de esos extraordinarios cazadores-recolectores, que no solamente supieron sobrevivir en condiciones tan desfavorables, sino que acabaron por conquistar el mundo entero. Esta visión, sin embargo, perpetúa la idea de una selección natural basada en la más pura competencia, donde solamente los que quieren mas (y lo obtienen) son los que permanecen.

¿Bonobos o chimpancés?

En el lado opuesto a esta dura perspectiva, un estudio publicado a principios de año en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) afirma que los seres humanos estamos evolutivamente más cerca de los pacíficos bonobos que de nuestros agresivos primos los chimpancés.

Se sabe que los chimpancés tienen un temperamento hostil que los lleva incluso a enfrentarse con otros primates hasta la muerte. Por contra, los bonobos, “pacifistas, matriarcales, pansexuales y generosos”, serían primos más cercanos de los humanos que los chimpancés.

Los autores señalan que “la tolerancia de las relaciones grupales observada en los bonobos puede servir como bloques de construcción sobre los cuales podrían haber evolucionado las estructuras sociales entre grupos en los humanos”.

Sin duda que esta última mirada sobre la naturaleza humana me resulta infinitamente más reconfortante, porque lo contrario, es decir, percibir al ser humano como un animal competitivo, agresivo y rapaz, y comprender la naturaleza como un juego de poder donde solamente los más ambiciosos, los más mezquinos, o simplemente los más fuertes son los ganadores, me resulta deprimente.

Pero más allá de inclinaciones personales, me pregunto: ¿Cuál es realmente nuestra naturaleza? ¿Debemos nuestro éxito evolutivo a nuestra capacidad de adaptación, beneficiada por una inteligencia espoleada por la ambición y el deseo de tener más (a costa de dejar a otros con menos) ¿O bien somos de verdad seres colaborativos, y esta capacidad es la clave de nuestro éxito evolutivo?

Hace poco encontré la respuesta, o al menos una respuesta que satisface mi necesidad de saber quiénes somos, y encaja bastante con mi idea del mundo.

Ya sabes que nos gusta buscar las causas de todo en el origen de las cosas, y en este caso, nos remontaremos al origen literal. Allá vamos:

Una historia de la vida

Los primeros seres vivos habitaron este planeta hace unos 3.800 millones de años. Solo pensarlo ya resulta mareante. Eran seres unicelulares, y en ese momento, en la Tierra no había oxígeno. Por este motivo, esas células sueltas conseguían su energía mediante la fermentación de combustible. Es lo que se llama vía anaeróbica, que significa básicamente “sin oxígeno”. En esta época inicial de la vida, no existía la muerte biológica, y estos seres unicelulares se reproducían continuamente. No había envejecimiento celular, ni cadáveres.

Tampoco había enfermedades, o quizá se podría decir que solo había una enfermedad: el cáncer. Y esto de forma literal: lo único que existía como forma de vida eran células sueltas, inmortales, y que crecían de forma descontrolada en ausencia de oxígeno. Exactamente igual que las células cancerosas.

Con el paso del tiempo, sin embargo, estos seres unicelulares se multiplicaron tanto que se produjo un evento, conocido como La Gran Oxidación. Las llamadas cianobacterias aparecieron hace unos 2.800 millones de años, y fueron los primeros organismos capaces de realizar la fotosíntesis oxigénica. Esto quiere decir que en su proceso metabólico se generaba oxígeno. Con el tiempo, la emisión de oxígeno al medioambiente por parte de estas cianobacterias desencadenó la Gran Oxidación.

Fue un cambio medioambiental enorme que provocó una extinción masiva, pues el dioxígeno es tóxico para los organismos unicelulares anaerobios que dominaban entonces. Acabó con el 98% de la vida existente. Entre los supervivientes, una bacteria consiguió adaptarse al nuevo medio, digamos que aprendiendo a «respirar oxígeno».

Estas bacterias o protomitocondrias, resultaron ser increíbles productores de energía a partir del oxígeno, por contraste con las otras bacterias que obtenían su energía a través de la fermentación. De alguna manera, las bacterias fermentativas, más grandes, engulleron a las protomitocondrias, pero no las mataron, sino que se produjo una simbiosis: la célula mayor ofreció protección a la pequeña, y ésta última proporcionó energía a raudales.

Así surgieron las células eucariotas, o células con núcleo, para separar el ADN del ADN mitocondrial.

Seres complejos y colaborativos

Para resumir, diremos que esta nueva fábrica de energía fue la que permitió la pluricelularidad: las células comenzaron a organizarse y dividir el trabajo, dando lugar a seres cada vez más complejos, hasta llegar al ser humano. Esos seres unicelulares primigenios, que habían vivido únicamente para sí mismos, replicándose de manera indefinida, ahora cambiaron su estilo de vida, colaborando para un “bien común” (el del nuevo organismo complejo) y repartiéndose las tareas. Dejaron atrás su anterior vía cancerosa y comenzaron a trabajar para la comunidad.

La Gran Oxidación también es el origen de la muerte celular, del envejecimiento y de las enfermedades crónicas. La inmortalidad se conservó en el ADN, perpetuándose generación tras generación, y la muerte surgió con la división del trabajo entre el soma (cuerpo) y el genoma.

La perpetuidad es cosa del grupo

Aquí está la clave de la vida. La naturaleza humana parece tener una doble consigna: el ADN del núcleo celular contiene la llave de la perpetuidad, que es la supervivencia a toda costa. Al mismo tiempo, la mitocondria sabe y recuerda que la supervivencia solo es posible mediante la colaboración entre organismos.

Por este motivo, considero que nuestro ADN es tanto el del núcleo celular, como el de la mitocondria. Ambos son nuestra identidad. El núcleo sabe que eres inmortal como la Vida, y la mitocondria te recuerda tu naturaleza al servicio de lo que está por encima de uno mismo.

La confusión es creer que la perpetuación es cosa de los individuos. Porque cuando nos aferramos a la propia existencia desde el miedo a la muerte y a la carencia, es cuando se despierta nuestra naturaleza más ruin y mezquina. Aquella que es capaz de pisar al otro hasta quitarle el oxígeno.

En realidad, no hay fallo en el diseño humano, al menos como organismo complejo. La naturaleza se ha preocupado de que los individuos tengan la salud suficiente como para pasar el genoma a la siguiente generación. Comprender esto significa concebirse a uno mismo como un individuo al servicio de una comunidad. Igual que los bonobos.

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Fuentes:

Eduardo Costas. La idea suicida del crecimiento continuo está en nuestros genes.

Martin H. Surbeck et Al. La caracterización de los sistemas sociales Pan revela la distinción dentro/fuera del grupo y la tolerancia fuera del grupo en los bonobos.

Carlos Stro, Ricardo Stro. Dieta cetogénica: el protocolo de una alimentación efectiva. ‎ Independently published (16 diciembre 2019)

Robb Wolf. La solución paleolítica. ‎ Victory Belt Publishing; Translation edición

 

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